miércoles, agosto 10, 2005

Nuestro Guía en el Desfiladero

Esta ciudad es lo más parecido a una feria de barrio. Los gritos, el lugar sin lugar, la nostalgia por el mar y los gatos. El aire no es de lo mejor y las mujeres andan con menos ropa, lo que quiere decir que se nos avecina la primavera, y tú te abrigas más, y piensas que la música te quita el sueño, y sales con más chalecos y mangas largas y libros que usas de almohadas, libros que ocultan tu vergüenza. Y comienza un nuevo semestre, lo más cercano a un shock eléctrico en el cráneo; los compañeros te abrazan y notas en sus caras cuánto han leído y, por supuesto, bebido. Y no podía comenzar mejor; tras una clase y devolver a Heidegger a la biblioteca te encuentras con uno que ya se retiró y que te invita a su departamentos a por unos lomitos, torta de mil hojas y un buen pisco souer, mientras Rodrigo (tu amigo) comenta lo grande que fue Borges, lo gigante que fue Bioy Casares, y lo magnánimo que es Bustos Domecq. Y te sirves otro vaso y recuerdas que estás tomando antibióticos, mientras el monólogo sigue con Verlaine y los golpes que le propinaba a su mamá.
De vuelta a clases comienza el ramo sobre Ezra Pound y Armando Roa nos instruye con su pasión por ese viejo poeta muerto el año 72, y que ha pasado a ser –digan lo que digan los sionistas- uno de los grandes héroes de nuestro tiempo. No lo sabía, pero Allen Ginsberg (ese poeta gay, drogadicto y judío: todo lo contrario al tío Ez) en unas de sus visitas a Pound en Venecia, le lleva el disco Sargent Pepper de los Beatles, y tras escucharlo y ofrecerle marihuana, él responde: Benne.
Vamos por una cerveza y celebramos la barba de un compañero, una barba que sería la envidia de Withman, y aún más, de cualquier rabino. Quedamos en terminar el último Pitcher y visitar al poeta Diego Maquieira a su hogar; yo respondo: Benne.
Así, ebrios y acojonantes, caminamos por las ciclovias siendo insultados por la mitad de la población ciclista de Chile, llegando a una cancha donde, por gracia de los dioses, alguien encendió un caño. La vergüenza –esa ocultada por la Tierra Baldía o por Novalis- de fumar en la plaza más deportiva de esta capital, nos llevó a ajusticiar nuestras mejillas coloradas, y declarar la guerra a un grupo de futbolistas de plaza capitalina. Éramos 6 contra 6; ellos equipados, nosotros con una cervezas y una vida de estudios; la cancha estaba embarrada, pero todo jugó a nuestro favor. Nos dejamos de verborrea y metáforas, y jugamos como si el Cid fuera nuestro director técnico. Sucios pero claros, como los poetas minimalistas ingleses de los 60 o como Gracián (Ya no sé lo que digo). Como la vida misma, el encuentro no estuvo falto de polémica. Ganábamos por un marcador de 6 a 1 cuando la edad nos cobró la cuenta. Luego vino el 6 a 6…luego, perdimos la cuenta…como Tolstoi.
Sedientos y jurando haber sido merecedores de un supuesto empate, nos dirigimos a la casa del poeta. Ni el mismo Ratzinger podría asegurar el recibimiento, y menos aún embarrados y sedientos; y sedientos. Maquieira, con su típica risa y la misma ropa de siempre contestó al timbre y recordó el taller que compartimos y el nombre de Cristián Warnken. Después de esto las opiniones divergen; unos dicen que escucharon al poeta disculparse con la frase “estoy en una reunión” y otros (entre los que me incluyo) “estoy con una minita”. Un problema más para los semiólogos y para la literatura comparada. La cosa es que no nos pudo recibir, pero nos dio sus horarios, argumentando finalmente: “Ustedes saben cuál es mi frase: Trabajar lo menos posible”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quiero agregar y rectificar, o sea, agrectificar, que éramos nosotros 6 contra 4 1/2, porque entre ellos existía un duende que probablemente tenía poderes que no conocemos y apenas sospechamos de tipo x files.
Otra cosa es advertir que la barba a que haces mención pronto irá al cielo de las barbas y, vía desague, irá a dar a la mar que es el morir.
gracias por su compra.

Anónimo dijo...

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